CÓMO EMPEZÓ TODO
Unos ojos abriéndose mansamente, un cuerpo que no respiraba, que no se movía. Una luz deslumbrante. Quizás era ella, la luz de la que tantos hablaban al asomarse al final... Si todo había acabado, le hubiese gustado haberse despedido. Desde entonces siempre pensó que nadie debería partir de este mundo sin despedirse.
Una bocanada de aire entró, de golpe, en sus pulmones, como si hubiese podido llegar a la arena de la playa después de haber estado ahogándose. Estaba tumbado y le parecía muy real aquel sueño, una caída al vacío y una yegua enorme , negra que lo aplastaba, que lo pateaba alcanzándolo , dañándolo... Poco a poco se irguió con una prisa a cámara lenta, una prisa espesa, tumefacta, sangrante, que arrastraba una pierna y un cuerpo dolorido buscando refugio. Miró con respeto a las zarzas que le habían salvado la vida. Las mismas que antes odiaba por invadirlo todo. Luego llegó el Hospital, las operaciones, los calmantes... Le escribió a los compañeros y amigos un mensaje para justiciar su ausencia sin renunciar nunca al sentido del humor.
“Os envío estas letras dado que he decido prolongar mi periodo vacacional. Estuve pasando esta Semana Santa en una especie de spa, donde había mujeres que me duchaban, probé drogas nuevas, estaba todo el día tumbado descansando. Luego la vuelta a casa... debe de ser el síndrome postvacacional. Es que vuelves molido...”
El tiempo pasaba, el dolor seguía, la incertidumbre era mayor. Una frase acudió al rescate, un pensamiento atribuido a Confucio que estaba presente en el poema “Mi alma tiene prisa” de Mario Andrade:
“Todos tenemos dos vidas. La segunda empieza cuando te das cuenta que solo tienes una”.
Pensó en su pasión por contar historias... recordó las que le contaba de niño a su hermano, aquellas obras de teatro que había escrito en su adolescencia, aquellos primeros guiones...
A la mala suerte de tener el accidente, le acompañó la inmensa fortuna de rehabilitarse prácticamente del todo. Agradecido y ofrecido al Apóstol durante su convalecencia, cumplió lo prometido y emprendió doscientos kilómetros de camino de Santiago. Un camino solitario, con la única compañía de uno de sus perros. Un camino hacia dentro, agradeciendo, buscando. Un camino Paulo Coelho, con mística sensación en O Cebreiro incluida y una frase que se repetía a cada paso: “Todos tenemos dos vidas. La segunda empieza cuando te das cuenta que solo tienes una” Allí comenzó todo.
A estas alturas os habréis dado cuenta, al menos algunos, que el protagonista de la historia soy yo. Reorganicé mi vida empresarial y profesional, mantuve al cien por cien mi compromiso con mis oficinas en Galicia, pero dejé las obligaciones de mi sociedad madrileña, y esa “mitad de mi vida” decidí entregarla a la “bendita manía de contar”, como llamó a esta vocación el maestro de maestros, García Márquez. Cerca de los cincuenta (los había pasado, pero decidí hacer caso al gran Javier Cansado y utilicé los adverbios a mi favor ;) había llegado a la conclusión de que una de las cosas que más me gustaba en la vida era ser una “joven promesa”.
Recordé aquella frase del maestro Stephen King en el prólogo de una de sus novelas,“tenía una enfermiza fe en mi capacidad creativa y una mujer con una máquina de escribir”
y me llenó de confianza: el apoyo de mi mujer era mucho más grande, no en vano contaba con la ayuda de la mejor lectora del mundo, y eso iba mucho más allá de la mecanografía de la señora King... ;)
Así empezó esta nueva etapa de mi vida, en la que se hizo real aquel pensamiento de San Agustín en el que afirmaba: “Soy dos, y estoy en cada uno de ellos por completo”.
Espero que disfrutéis con mis historias tanto como yo he disfrutado escribiéndolas. Son para vosotros.